jueves, 2 de octubre de 2008

Es un delito, sí, pero somos Greenpeace.

por Patricio Cavalli

¿En qué pensaba la gente de Greenpeace cuando violó la entrada del obelisco hoy a la mañana; generó un caos de tránsito en la 9 de Julio, y terminó detenida?
Nadie duda del valor de las campañas de Greenpeace, ni del valor de aquello que defienden.

Ahora, lo que no queda claro es cuál es el límite de la protesta que la gente de Greenpeace maneja. Una cosa es perseguir barcos balleneros o mandar las motonetas para prevenir los desmontes en el Noroeste, o entrar a un Ministerio y cambiar las lamparitas comunes por lamparitas bajo consumo. O la genialidad de mandar a Evangelina Carrozo a Austria. Ahí hay ideas, creatividad, coraje, arrojo. Y un mensaje claro.

Ahora, cuando la idea es violar la puerta de un patrimonio nacional y dedicarse a colgar banderas de su estructura, la idea me parece que se pierde.

Tiene que haber un límite a lo que se puede y no se puede hacer como promoción (o publicidad, llamalo como quieras), para llamar la atención. Aún cuando el objetivo sea concientizar sobre un tema importante y grave.

Y si no hay un límite, bueno, la ley es la ley. Por importante que sea lo que promueve Greenpeace, tenía entendido que no estaban por encima de la ley.

Olvídemonos del caos y demoras de tránsito que generaron y la molestia que eso genera para la gente. Ya a nadie parece importarle ese asunto del respeto. Se pide respeto por el medio ambiente, pero no se da respeto por el conciudadano o por el espacio público. Interesante concepto.

En un comunicado enviado por mail a los miembros de su red de Cyberactivismo (a la cual pertenezco y voy a seguir perteneciendo), Martin Prieto, director ejecutivo de la organización, dijo que: "El cartel que colgamos en el obelisco fue colocado por un grupo de nuestros activistas, todos ellos escaladores profesionales, que contaban con todos los equipos de protección necesarios para su seguridad. La protesta nunca implicó el corte de calles ni la interrupción del tránsito. Los cortes fueron provocados por la policía que montó un operativo desproporcionado para neutralizar nuestra protesta".

Me llenó de preguntas escuchar a Maria Eugenia Testa, representante de la organización (la cual no respondió nuestros llamados) hablar en televisión: "Nuestros activistas están entrenados obre qué hacer si van detenidos".

O sea, saben que lo que van a hacer es un delito (premeditación), y se preparan para cuando llegue la Policía a detenerlos.

Pero el punto no es el corte de tránsito -un hecho menor-, sino la entrada ilegal al obelisco. Cuando un grupo de acción social viola la ley, comete un hecho mucho más grave que el que se comete cuando un legislador no aprueba una ley de protección del medio ambiente, o cuando un gobierno no la aplica con eficiencia. Para poder levantar el dedito acusando a los demás, Greenpeace tiene que mantener la vara moral y ética bien alta. Violar la ley no es la forma de hacerlo. Es rebajarse.

La última pregunta es sobre los límites. Si esta vez entraron al obelisco, ¿la próxima que harán? ¿Tomar rehenes en una farmacia?

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