jueves, 22 de enero de 2009

Revisitando "Estado de Israel y Palestina" de Sebastián Wilhelm.

Ahora, que las balas se callaron y que la sangre ya no corre, quería revisitar esta premonición hecha cortometraje, producto de una de las mentes más interesantes de la creatividad argentina.


Por Patricio Cavalli


El Estado de Israel y Palestina se cruzan. En la memoria colectiva; en la historia; en las imágenes de la TV; en las caras y fotos de todos los sufrientes; y por supuesto, en la Ciudad de Buenos Aires.

Para los millones que ven el conflicto desde afuera, es siempre fácil pedir y esperar que la inteligencia y creatividad derramada en esa región (cuna del álgebra, del monoteísmo, de la química y la medicina moderna) se vuelque a encontrar la paz.
Pero la paz no llega retumba en la violencia no cesa. Y el mundo, que se ocupa de sus propios asuntos, mira con asombro, y define con indiferencia a la tragedia como una "lucha entre vecinos".

Odio y absurdo

Por eso es que es importante revisitar hoy el cortometraje "Estado de Israel y Palestina", creado y dirigido por Sebastián Wilhelm. En su capacidad premonitoria de objeto artístico y en su búsqueda de realidad a través del absurdo, la pieza refleja, explorando los márgenes del humor negro y la ironía, precisamente el absurdo de la realidad.

“Es una especie de Tom y Jerry del Siglo XXI. Lo que quería es mostrar el absurdo que son las guerras entre vecinos”, dice Wilhelm (ó “Seba”, como lo conoce su crew de filmación), hablando en exclusiva para Mercado sobre su trabajo. Si el ser humano no fuera tan estúpido, dice, estos conflictos se resolverían rápidamente.


El corto fue filmado entre agosto y septiembre de 2006 y fue puesto online un año después. Su presencia en la web es también un reflejo de sus tiempos. El website www.estadodeisraelypalestina.com y los envíos virales que lo acompañaron, son la única forma de difusión que hasta ahora ha tenido la pieza, que cuenta con la locución de Marcos Mundstock, y que nació de la curiosidad que Wilhelm dijo sentir cuando se enteró del cruce de las calles en Buenos Aires.

Esquina de la paz

“Pienso que deberíamos tratar de declararla ‘esquina de la paz’ o algo similar”, dice. Y es un proyecto que tiene en mente llevar adelante.

Estado de Israel y Palestina no es sólo la historia de dos vecinos que se odian, se aman, se golpean, se besan, bailan juntos, se separan, firman la paz, y se matan.
Tanto en el corto, como en Buenos Aires, o en Oriente Medio, los protagonistas han sido puestos allí por obra de alguien indefinido, y deben convivir a pesar suyo.
En el corto, ese alguien indefinido es la ciudad que hizo que sus calles se crucen. Y que los mira entre atónita e indiferente, mientras los protagonistas traen el conflicto a sus calles.

Y esto sea posiblemente la mayor sintomatología de cómo el mundo real se refleja en el filme. Buenos Aires, lejana, pacífica, ejemplo mundial de convivencia pacífica y dialogada entre religiones, culturas y creencias de todo tipo, conoce el dolor de cuando ese conflicto fue traído a sus calles ajenas a esa locura.
Final abierto

Pero no hay una búsqueda explícita de ese sentir en el trabajo de Wilhelm, que dice no haber hecho el corto para reflejar cuestiones de origen étnico o cultural, sino puramente humanos. “No lo hice como judío; lo hice como persona”, dice.

Y es posiblemente esa búsqueda, pero sobre todo esa no-búsqueda, lo que le da frescura y genuidad al trabajo. No es una bandera enarbolada, no es una causa llevada adelante, no es un manifiesto; es simplemente una metáfora de lo triste y lo absurdo.

Detrás de esos siete interminables días de idas y venidas, pelea, reconciliación y matanza; no están los siente días bíblicos, tras los cuales podría gestarse un mundo nuevo y de paz. Están todos juntos el fin del corto, el fin del conflicto, y el fin de la esperanza de que se resuelva.

También está ahí, el fin del mensaje de final abierto; y cuando culmina el mensaje, comienza la interpretación. Lo cual no deja, en cierto modo, de ser esperanzador.

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